viernes, 12 de agosto de 2011
El ángel
Es el momento de que dejes de leer esto, quién sabe cómo te sentirás después; si llorarás, si reirás, si enloquecerás de emoción... Es impresionante cómo otras personas nos marcan, quizás no para bien, pero gracias a ellas somos PERSONAS.
Recuerdo ese día, como si fuese ayer. Ahí va mi historia, yo ya te lo avisé, fuiste tú quien lo quiso leer.
Un día de primavera, en una ciudad de España, de cuyo nombre no quiero acordarme, me encontré con la persona que me dio lo que siempre había soñado. Quizás era yo, pero tenía frío, probablemente porque necesitaba tu calor. Y lo dejé todo atrás, sin pensar en nada, sin sufrir, sin llorar, sin sentir más que mi cuerpo en sintonía con el tuyo. Y ¿qué me dabas? ¡Nada! Eso es lo que más me gustaba... Que con tan poco, éramos felices.
Llegué en tren, y a pesar de ser una ciudad que no conocía, te fui a buscar, al fin del mundo si hubiese hecho falta. Y cuando te vi... ¡Dios mío cuando te vi! Volví a recordar por qué estaba allí. Te besé con tantas ansias que te hice daño. Fuimos a comer, y no comimos; nos mirábamos, sonreíamos, nos besábamos. Quién sabe qué avispa me habría picado...
Y nos recorrimos la ciudad, pero lo que más me importó es que estaba junto a ti. Te repetía una y otra vez: -”¿Y si me como esos ojos?” Tú bajabas la mirada. Dicen que los ojos son el espejo del alma, debe tener el alma más bonita del mundo.
Llegó mi hora de marchar, pero te necesitaba para siempre en mi vida, y quién sabe por qué, pero yo sabía que no te volvería a ver.
La estación, la hora punta, un minuto escaso para marchar, y se te caían las lágrimas. Te dije: “No me llores ¿eh?”, y me contestaste: “No, no te preocupes”. “No, qué va, si no estás llorando casi nada...” pensaba yo para mí mismo irónicamente. Te quedaste en el banco sentada, mientras se te caían las lágrimas una y otra vez. Se cerraron las puertas, el tren partió, y me quedé mirándote tras la ventana y las lágrimas empezaron a brotar como emana el agua de la fuente, sin prisa pero sin pausa.
Aquel último hálito que me diste, aquellas últimas miradas, aquellos últimos vestigios de lágrimas... Todo ocupó un espacio en mi corazón para siempre.
Hoy cumple un mes desde que te fuiste, desde que tus ojos se apagaron. Pasé unos momentos junto a ti inmejorables, hiciste que la vida fuese maravillosa, me diste todo. Pero he de decirte, que al irte me arruinaste la vida, me hiciste soñar contigo en las noches y en los días. ¿Por qué en ese momento? ¿Ahora quién es el que pide que las lágrimas no salgan?
Hay días que me levanto y deseo no haberte conocido nunca, deseo no haber sentido tanta alegría para quitármela de golpe y vivir cada día un infierno en la tierra.
Es el momento de que dejes de leer esto, quién sabe cómo te sentirás ahora; si lloras, si ríes, si enloqueces de emoción... Es impresionante cómo otras personas nos marcan, quizás no para bien, pero al menos me quedo con la sensación de que tú has sido lo mejor de mi vida y te dejé ir como viniste: como un ángel, como mi ángel.
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