domingo, 20 de marzo de 2011

Un cuento que termina... una historia que jamás debió tener un inicio por el que volver a soñar.



Cuando pensé que todo estaba siendo un sueño con el que siempre había deseado vivir, volví a abrir los ojos y me desperté sobresaltado sin reconocer la realidad, o quizás no queriéndola reconocer. Aquellos que velaban mi sueño desaparecieron, volvió el dolor, volvió la tristeza, volvió la angustia infernal de tener que olvidar los recuerdos...
No me explicaron de pequeño que los cuentos de Disney no eran reales, ni las princesas estaban esperando a los principes, ni los principes luchaban por casarse con su amada. Todo era mentira, todo se quedó en eso, en un triste cuento que me hacía sonreír con aquel "...y vivieron felices y comieron perdices...". ¡Qué ñoñez!
Me doy cuenta de muchas cosas, entre otras que los principes deben dedicarse a lo que les es propio, para lo que, se supone, han sido educados: mentir para que la gente aplauda en sus discursos, mientras el pueblo se va a sus casas y los de 'sangre azul' se quedan en sus enormes mansiones lamentándose de todo sin razón alguna.

La culpa de todo la tengo yo, que soy gilipollas. Cualquiera podría darse cuenta de ello. La culpa no la tienen aquellas películas de infancia. Todo es culpa mía, por haber visto luz en aquella sombra.

Pero, aun así, qué bonito me parecía todo aquello... todos aquellos momentos, todas aquellas sonrisas, todas aquellas miradas... Todos esos recuerdos que pasan por mi cabeza cuan aves vuelan rumbo a la isla de los sueños.
Soy tan gilipollas que incluso me apetece decir un "Te quiero", lo único que no me apetece es pronunciar este triste final. Pero en la vida no hay que hacer lo que uno quiere, sino lo que debes hacer sin más.
Un cuento que termina... una historia que jamás debió tener un inicio por el que volver a soñar.

Javier ANDRÉS GARCÍA.